martes, 13 de julio de 2010

evolución... siempre adelante

En lejanos tiempos, empezamos nuestra andadura por el mundo del fútbol con un "¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!". Los años nos han ido convirtiendo en un país cada vez con mejor paladar, pero a la hora de los campeonatos de Selecciones, apelábamos a una furia que... nunca nos llevó a tanto, francamente. Pero era un recurso fácil, y clásico en el país. También íbamos con otro equipo como comodín, al fin y al cabo, muy lejos no íbamos a llegar, y siempre se agradece apostar a caballo ganador.
Poco a poco nos fuimos deshaciendo de corazas arcaizantes. España despertó tras 40 años de represión, y también nuestro fútbol, como reflejo de la sociedad. Pasito a pasito, primero un fallo eternamente recordado, qué amargo debe ser que tu nombre pase a la posteridad como "la gran cagada", ¿no, Cardeñosa? Luego, un descalabro gigantesco cuando debíamos demostrar nuestra evolución, en aquel 1982 en el que aún estábamos despertando al futuro. Al siguiente Mundial, a México, el primer Mundial de mi existencia aunque no de mis recuerdos, llevamos otra gran generación, otra más. Un Buitre se elevó volando más que nadie, de forma ¿antinaturalmente para su especie? majestuosa, marcando cuatros goles como cuatro soles en una ciudad para la Historia. ¿Quién no conoce Querétaro? Ya el nombre de por sí suena a lugar mágico. Pero después, otro choque contra el muro. En la forma de una inexplicablemente brillante Bélgica. Vuelta con las orejas gachas. Entramos en la última década del siglo XX por el país de la bota, el vecino del que no deberíamos aprender a jugar... haciendo las maletas tras una falta directa. Para 1994 viajamos más lejos, a los Estados Unidos, a predicar sobre el mayor espectáculo del mundo a aquel gran país que aún no es consciente de lo que se pierde. Otra gran generación, otro fallo famoso, ¿verdad Salinas?, un imposible fallo de un grande como Roberto Baggio, una agresión de un criminal llamado Tassotti... y ya van varias desilusiones. 1998 me encuentra con una hora menos mientras vemos cómo Nigeria nos pone contra las cuerdas tras otro sueño grandioso, otro "esta vez sí". Una ridícula goleada nos lleva a colocarnos delante del televisor para ver a la generación más grande de la historia del país vecino, de Francia, gracias a su multiculturalidad bajo una camiseta bleu. Y a disfrutar de un mago llamado Zinedine Zidane. 2002... ahí sí estuvimos cerca. Pero un egipcio de cuyo nombre no quiero acordarme, al que Iván Helguera echó una bronca de la que aún debería estar acordándose, desterró toda la ilusión que provocó la más famosa sudoración de un banquillo. Aquélla sí que fue una gran oportunidad perdida. El anterior, hace ya cuatro años, me recuerda una promesa incumplida que quería que se realizara, porque me sentí otra vez hundida tras creer y no tenía edad para ese tipo de desilusiones, una promesa que ahora me alegro de que no se cumpliera. La última oportunidad de (dejadme decirlo) el más grande jugador nacido en España: Raúl González Blanco. Él, como tantos otros, merecía más.
Esta generación de ensueño ha superado las expectativas. Haciendo gala de un juego primoroso consiguió que Innsbruck se convirtiera en un paraíso... hasta encontrar otro en Johannesburgo. Soccer City. Dice Tomás Guasch que un nombre que va con nuestro triunfo. Para reconocer a los que han conseguido colocarnos más arriba que nunca, hacernos CAMPEONES DEL MUNDO, ponernos una estrella sobre el escudo que nos coloca en el cielo, nadie mejor que uno de ellos: speaker Reina. Vaya capitán que tenemos, ese pedazo de portero que o es un ángel o tiene uno maravilloso, o todo un ejército, con él en la portería. Vaya gol del blanquillo castellano. Vaya entrenador, el más laureado de nuestra Historia, el más discreto, el hombre tranquilo, se lo debemos. Olvidemos a ese rival que no pasará a la Historia como nosotros, ese karateka que dice ser futbolista, esos delincuentes marrulleros y encima, llorones. Disfrutemos, porque hemos vencido "la única justa de las batallas". Ahora sí, un ENHORABUENA tan grande como el triunfo. Nunca hemos estado mejor.

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